La palabra enfermedad proviene del latín infirmĭtas, el cual significa debilidad o, en el caso de la medicina, fragilidad; sin embargo, nos interesa la primera traducción, omitiendo un poco la actual pandemia mundial, pues la palabra enfermedad siempre nos rememora a hechos históricos pestilentes, miserables e ingobernables. Con esta última descripción pasamos a otro de los temas bien explícitos en quizá la película más petulante, pero también sincera, de todos los tiempos. Ya que, The Devils no fue algo como El Exorcista (1973) o Viernes 13 (1980), con todo ese gore de galones y galones de sangre, sino un subgénero que hoy pareciera una tragicomedia combinada con algo de religiosidad: nos referimos al tan escandaloso nunsploitation, el cual tiene como elemento primordial monjas endemoniadas, absortas en el lino de la gracia de Lucifer. No hay una magia subalterna ni hay magia negra o blanca, sólo hechicería y deseos humanos que los llevan al borde de la locura, todo ello dirigido, escrito y producido en esta ocasión por el director de cine británico Ken Russell (Elgar: 1962, The Debussy Film: 1965,The music lovers: 1970, Altered States: 1980).
La película de hoy se basa en el famoso caso de posesión satánica colectiva, que al mismo tiempo se coordina con la peste, enfermedad invasora en el pueblo de Francia, Loudon, por allá en el siglo XVII, exactamente en el año 1634. Dicha posesión fue en el convento de las monjas ursulinas, dirigido por la madre superiora Juana de los Ángeles, quien en esta ocasión es interpretada por Vanessa Redgrave. La historia zarpa del argumento de que el padre Urban Grandier (Oliver Reed), en apariencia, tiene embrujadas a estas monjas; el deseo que ellas tenían hacia este es escalofriante, rayando en la obsesión y lo psicótico. Estas mujeres realmente anhelan al sacerdote, lo describen tan embelesadas que realmente caen en una histeria colectiva. Por otra parte, no muy a su favor, el padre Grandier se declara como un discípulo de Jesuscristo, como un apóstol capaz de tomar sus propias decisiones al punto de contraer matrimonio con Madeleine de Brou (Gemma Jones). Pero antes de esto, el pecado del adulterio ya lo perseguía y había creado su propio demonio, de forma que la Iglesia católica estaba a un exorcismo fallido de llevarlo a la muerte ardiente.
Otro tema importante es cómo el Estado se prostituye con la Iglesia o viceversa. Es impresionante y grotesca la interpretación que tenemos como apertura; un Luis XIII (Graham Armitage) católico y temeroso del pecado, históricamente, pero en pantalla un devoto de Venus, en especial la de Botticelli al estilo de Caravaggio. Las escenas incluyen una belleza que todo el tiempo está en un vaivén entre lo bello y lo siniestro, en un desinterés por el juicio social y además un flagelo comunitario producto de la represión cristiana. Aquí el Barón de Laubardemont (Dudley Sutton), miembro del consejo y enviado del enemigo principal de Grandier, el Cardenal Richelieu (Christopher Logue), acepta demoler las tan representativas fortificaciones del pueblo de Loudun y se suman a la lista de enemigos de Grandier. Entonces, entre la fotografía (David Watkin) y la música (Peter Maxwell Davies) hacen los laureles que cuelgan de las cabezas más representativas de esta cinta; el ambiente blanquecino que se mira en las murallas y el convento es una total representación de la vergüenza humana, pues las monjas pareciera que todo el tiempo están en las duchas de un colegio para señoritas y la ciudadela es una especie de estadio o caverna platónica, incluso la ignorancia, como una mente en blanco, es un lugar donde no hay un juicio externo más que el de sus gobernantes, es por ello que tenemos lo político/religioso en el pedestal de una ciudad sadomasoquista permanente.
La inequidad entre monjas y sacerdotes es otro asunto invariable y que da siempre de qué hablar. En esta ocasión, por los votos del padre Grandier, la ironía que se forma cuando el cuerpo de la mujer es violentado (de muchas formas) aquí lo revierte magistralmente y con un claro mensaje sobre Cristo: un ente masculino que no puede hacer nada más que observar su perpetración. Me refiero a la escena más fuerte y censurada de la película La violación de Cristo; hasta hoy, no existe un archivo completo de la película, que originalmente dura 158 minutos y ha permanecido con su debida censura. La sátira se desborda en cada escena y siempre ha de ser bien recibida cuando lo que menos te gusta es escuchar a alguien hablando de los demonios más visibles y presentes (la Iglesia y el Estado) como si fuera cátedra obligatoria; lo sabemos, esto suena anarquista o tal vez chairo, pero el trabajo cinematográfico sí dibuja una distopía.
Como ya mencionamos, el largometraje fue censurado en varios países por este estilo surrealista; sin embargo, su vigencia se debe a los temas de género, sexualidad, religiosidad, libertad de expresión, ignorancia y dioses, pero uno en especial que debemos mencionar es el del padre Barre (Michael Gothard), que si bien es una bomba de información, pues su parecido con John Lenon es extremadamente sustancial o como prefieras decirlo (pero si está recio ese parecido y las contrariedades que enfrenta). Por ejemplo, que el cantautor londinense fuera un hippie convencido de este movimiento o que a la vez tomó un lugar importante en la mente de muchos por su filosofía de un mundo libre de religiones; sin embargo, este se asimilaba a la figura de Cristo y mantenía ese aire de peace and love que mareaba (como marihuana) y convencía de un cosmos mejor fuera del tema del Mesías, aunque él fuera una figura allegada.
Fue un filme inclasificable basado en hechos reales (o surreales) junto con la obra literaria de Aldous Huxley, Un mundo feliz (1952), que detalla con precisión todo este teatro famélico y exquisito que no te puedes perder. La historia está presente y expone abiertamente a los verdaderos demonios humanos, que aunque en conjunto se hacen llamar como les place, vuelven a la violación de derechos, que hoy parece ser el único recurso para ganar, para llegar a la “salvación”. Lo cierto es que los exorcismos siempre han de ser necesarios como método de prevención contra los demonios y otras mil y un pestes.
Agregamos algo de lo que se halló como prueba del pacto diabólico del sacerdote Urban Grandier.[1]
Adaptado de El diablo en el convento: Las endemoniadas de Loudun por la Biblioteca Nacional de París, Francia, National Geographic.
Puedes ver la película entrando al siguiente enlace:
[1] Queralt, M. (2015, 16 de marzo). El diablo en el convento: Las endemoniadas de Loudun. National Geographic. Recuperado de: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/diablo-convento-poseidas-loudun_8930
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